Hay sonrisas que pueden llevar a una persona a cruzar un océano. Eso lo demuestran quienes conducen el centro educativo La Sonrisa de Marielle, en San Juan de Lurigancho. Varios de ellos atravesaron el Atlántico y están a cargo de niños y jóvenes con discapacidades como síndrome de down, autismo o retraso mental.    

Arianna Proietto, de 29 años, vino de Italia para impartir musicoterapia. Enseña música negra desde que este ritmo la conquistó durante su estadía en África.

Mientras brinda clases de bongó a Sara, una joven de 28 años con síndrome de down, Arianna explica que la percusión permite a sus alumnos liberar sus tensiones.

Las clases de música son unas de las favoritas de estos niños y jóvenes.
 Foto: Miriam Moreno Serpa

Reciben también clases de cocina, que les permiten mejorar sus habilidades culinarias, de manualidades y los cursos propios de cualquier centro de educación especial.  

Al ingresar a las aulas, el recibimiento siempre es cálido. Luciano, de ocho años, sonríe mucho y cada vez que se lo permiten abandona su carpeta, en busca de pequeñas aventuras. Su retraso mental es leve y puede comunicarse con gran facilidad. Su salón no se diferencia mucho del de cualquiera de educación regular: 14 alumnos ríen al unísono de algún incidente gracioso, comparten, algunos conversan y otros no pueden hacerlo debido a sus propias limitaciones.


INCLUSIÓN FALLIDA

Entre ellos está Jazziel, un chico con retardo mental leve que fue enviado a una escuela regular pero experimentó el rechazo del sistema educativo que, aunque se pretenda lo contrario, aún no logra ser inclusivo.

“Es triste verlos volver porque los enviamos con mucha ilusión, pero allí (en los centros regulares) encuentran muchas barreras a la inclusión y se atrasan más, se aíslan”, expresa la maestra Marielita Bautista Mego (46). Ella está a cargo de los casos más severos. En el aula que conduce, ninguno tiene capacidad de habla.

Uno los más pequeños, quien es autista, no soporta los ruidos y se tapa los oídos con cierta desesperación si percibe algún sonido agudo. Sus padres se ocupan mucho de él y eso es muy importante para su desarrollo, revela Bautista.

Por el contrario, hay pequeños a los que sus padres no brindan la atención debida hasta el punto de olvidar recogerlos a la salida, a la 1:30 p.m., para acordarse de ello a altas horas de la noche.

Los alumnos son clasificados en las aulas por edades y su capacidad de aprendizaje. Así lo explica la psicóloga Olga Satalay (37). “Son sometidos a una evaluación social y a otra intelectual. En base a ello se sabe qué habilidades podrán desarrollar y cuáles serán sus limitaciones”, sostiene.


ALGO MÁS QUE CIFRAS: AL MENOS 505 MIL PERSONAS

Dan día a día lo mejor de sí para desarrollar sus capacidades diversas.

El Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) el 2014 reportó que las limitaciones para entender o aprender están presentes en más de medio millón (505 mil 704) de peruanos. Supera los 296 mil el número de personas con discapacidad para relacionarse con los demás y son 261 mil quienes tienen dificultad para hablar o comunicarse. Estas barreras pueden presentarse simultáneamente en una misma persona, que bien puede tener autismo, retraso mental o quizás síndrome de down.  

Claudio Ratti, director de este centro, llegó hace 27 años también de Italia, enviado por la Fundación Anna D’ Ambrosio. Hace 15 inauguró este centro con 7 alumnos, al que hoy asisten más de 90.

En el centro los chicos y chicas aprenden a valerse por sí mismos.
Foto: Miriam Moreno Serpa


EL RECHAZO

“Es difícil cambiar la manera de pensar de la gente. Hay quienes los llaman ‘enfermitos’ y yo creo que los enfermos son ellos, que en lugar de apoyarlos, se apartan y no quieren recibir ni sus abrazos”, expresó con indignación.

Él es director de esta institución que perdió la certificación del Ministerio de Educación debido a que se le exigía reducir el número de alumnos por aula, lo que hubiese impedido que este centro pudiese sobrevivir, por falta de recursos puesto que cada uno de los padres paga solo S/. 120 y la fundación no puede cubrir el incremento de los gastos que implicaría reducir el número de estudiantes en cada salón.

A pesar del egoísmo que lamenta, Ratti espera cambios en la gente, en las empresas, que podrían brindar oportunidades laborales a estos chicos y chicas. "Ellos no se entretienen con los mensajitos de texto ni con las llamadas y pueden ser muy productivos".

Ratti conoce de cerca sus avances y sus obstáculos, y confía en que seguirán caminando, a su propio ritmo, defendiendo su derecho a sonreír y a ser distintos.

Nota: Para entregar donaciones a la institución se pueden comunicar al número 01 3928855 o dirigirse al jirón Circunvalación N° 5546, en la urbanización Mariscal Castilla del distrito de San Juan de Lurigancho. 

Publicado en la revista Sol de América